sábado, 16 de diciembre de 2017

El regreso de Chiquitin

Ya veis que el blog, aunque cerrado, colea de vez en cuando para publicar historias. Y, aunque los relatos de Chiquitín también estaban cerrados, pues ya sabéis que ahora todos los clásicos vuelven :) Bromas aparte, me han pedido la continuación de Chiquitín varias veces, y ahora un traviesillo me ha dado el ánimo que me faltaba. Si os gusta y queréis segunda parte, los comentarios por aquí o por correo se agradecen. Por cierto, esto no significa que no vaya a continuar con Tristán.

Un abrazo a los que todavía me leéis a pesar de que me prodigue tan poco, os lo agradezco muchísimo.


LAS AVENTURAS DE CHIQUITIN: CHIQUITÍN APRENDE IDIOMAS
Primera parte

Nuestro traviesillo favorito volvía a encontrarse en una posición muy familiar para él: cara a la pared con las manos, que le pesaban terriblemente, en la nuca, los pantalones por los tobillos, los calzoncillos por las rodillas y el culito desnudo y ardiente el aire. Aunque era una situación que atravesaba a diario, con la misma frecuencia con la que perpetraba sus trastadas, era demasiado incómoda para conseguir acostumbrarse a ella y frenar la ansiedad de liberar los brazos y de acariciarse las nalgas para mitigar el escozor de la reciente azotaina. El compartir el castigo con otro jovencito igualmente travieso, su primo Misha, le proporcionaba escaso consuelo; la visión por el rabillo del ojo del culito redondo e intensamente colorado del otro joven le recordaba que su propio trasero, no menos redondito y carnoso, estaría igual de rojo y caliente, y además el que su primo, más pequeño que él y que solo llevaba unos pocos meses recibiendo la educación a la antigua de obediencia y castigo corporal en la que creían tanto Papi como el tío Sergio, resistiera el dolor y la molestia con frialdad eslava sin lloriquear ni inmutarse aparentemente le incrementaba la rabieta todavía más.

Chiquitín hizo un esfuerzo por no echarse al suelo y patalear, lo cual le hubiera valido una nueva zurra, y se secó con una sola mano las lágrimas que todavía brotaban, dejando la otra en la nuca. La tentación de aprovechar el momento para bajar la mano hasta sus nalgas e intentar apaciguar el picor fue demasiado fuerte. Al no escuchar amenaza ni reacción por parte del tío Sergio, que era quien supervisaba al castigo de los dos jóvenes, el travieso se frotó su culito redondo y apetitoso con ambas manos, intentando traspasar a estas el calor generado por los azotes. El momento de relax y alivio duró poco más de un par de segundos, hasta que notó primero los pasos sigilosos y rápidos de su guardián, y un instante después una nueva oleada de calor, esta vez en su oreja.

  • ¿Quién te ha dado permiso, jovencito? No han pasado ni diez minutos y tenéis media hora de castigo.
  • Aaaaay, perdón, tío Sergio, duele mucho. Aaaaaaau ...

La mano fuerte liberó su oreja pero solo para agarrarlo por la cintura mientras la otra mano descargaba una ráfaga de azotes sobre el culito desnudo y ya previamente dolorido.

  • Uuuuy, ahora duele máááás ...
  • Ahí quietecito sin mover ni un pelo o te dejo sin culo y sin orejas. Aprende de tu primo.

Afortunadamente tío Sergio no vio el mohín en los morritos de su sobrino al salir perjudicado en la comparación con el otro peque presente o de lo contrario Chiquitín se habría llevado otra tanda de azotes y el tono de su culito se habría acercado todavía más al granate. Tras secarse un nuevo par de lágrimas, provocadas más por la rabieta que por el dolor, el travieso logró por fin apaciguarse un poco y reflexionar sobre las travesuras, más que circunstancias, que le habían llevado a merecer su castigo.


La culpa había sido, una vez más, del tonto empollón de Misha. Al tío Sergio se le caía la baba hablando de su nene, lo cual no le impedía, sino todo lo contrario, darle buenas azotainas cuando su comportamiento, su rendimiento o su obediencia no eran impecables e inmediatos; a los pocos meses de su adopción no solo era sumiso y respetuoso y hablaba un español más que aceptable, sino que estaba además aprendiendo también inglés a toda velocidad. Cada vez que oía hablar de los progresos lingüísticos de su sobrino, Papi miraba a Chiquitín y fruncía el ceño recordando que llevaba años pagando clases para que su peque no pasara de tener una conversación básica en la lengua de Shakespeare.

La noche del día en que Misha aprobó su primer examen oficial de inglés, Papi retorció la oreja de Chiquitín y lo puso de cara a la pared bajo la amenaza de una zurra con el cepillo mientras lo apuntaba en un curso online. Tras matricularlo, le enseñó la alternativa si no conseguía resultados rápidos en el curso electrónico conectándose a la página web de un estricto y maduro profesor inglés nativo que, vara en mano, garantizaba buenos resultados a base de métodos pedagógicos británicos tradicionales. En la web aparecían fotos de los traseros desnudos de los jóvenes alumnos del profesor con abundantes marcas de vara como ejemplo; el publicar las fotos era un castigo añadido para quienes no alcanzaban el estricto nivel exigido en sus clases, y el docente, cuyo prestigio profesional no le quitaba la fama de bribón al que le gustaban mucho los chicos guapos, anunciaba posibles descuentos para alumnos con culitos jóvenes, suaves y redondos.

Asi que Chiquitín se había matriculado en un curso online; el traviesillo era un gran aficionado a Internet pero, precisamente por eso, la tentación de pasar de la plataforma del curso a la de uno de sus juegos favoritos era demasiado fuerte teniendo el teclado y el ratón entre sus manos. Una tarde se ganó una intensa y merecida zurra cuando Papi lo pilló con la ventana de su juego favorito minimizada y la del curso inactiva por llevar un rato largo sin interacción por parte del alumno. La segunda vez que fue pillado en las rondas de control que hacía Papi por sorpresa, la larga y severa azotaina con el cepillo dejó una impresión más duradera tanto en el culete como en el ánimo del peque. Por fin este empezó a tomarse en serio el curso y a avanzar y conseguir algún que otro resultado. A Papi le gustaba mucho cuando su chiqui entraba de golpe en su despacho o en el salón y saltaba prácticamente en su regazo mimoso y alborozado por sus éxitos en alguna de las lecciones, llenando a su papá de besos y esperando recibir a cambio otros tantos; normalmente sus deseos de mimos se veían complacidos, aunque la petición de una dosis de caramelos y golosinas a cambio de sus esfuerzos lingüísticos solo conseguía como resultado un tirón de orejas o un par de azotes contestados por pucheros que Papi encontraba adorables.

El traviesillo presumía tanto de sus avances y proezas que Papi, conocedor de su pico de oro y de sus castillos en el aire, decidió ponerlo a prueba de manera objetiva y programar un examen de su curso online. Controlaría los resultados el tío Sergio, con más conocimientos de inglés, y así lo haría coincidir con las lecciones que este impartía a su Misha recién adoptado tres veces por semana. Las instrucciones de Papi a su hermano, dichas en presencia de Chiquitín, eran las de propinar una buena azotaina en el culito desnudo a su sobrino si el resultado del test bajaba en lo más mínimo del umbral de excelencia pregonado por el nene. Tan fantasioso, despreocupado e indolente como era habitual en él por su naturaleza traviesa, el traviesete se permitió el lujo de pasarse jugando las horas destinadas al repaso la tarde anterior al examen.

Al día siguiente, frente al examen en el ordenador del tío Sergio bajo la mirada atenta y severa de este, la soberbia de Chiquitín se tornó en inseguridad al estrellarse sus sueños de grandeza contra la realidad de las preguntas cuyas respuestas en algunos casos ignoraba y en la mayoría no dominaba. No obstante, no habría sido el travieso que era si no confundiera el que le sonaran las cosas con estar dando la respuesta correcta y solo contaba con fallar un porcentaje de aquellas respuestas que había proporcionado completamente al azar, y aún así esperaba que la suerte le ayudara por lo que no consideró necesario molestarse en repasar el test antes de enviar las respuestas, pese al consejo acompañado de tirón de orejas de tío Sergio.

A continuación Misha llevó a cabo el mismo test y, una vez finalizado, tío Sergio ordenó a los dos muchachos que se colocaran en posición mientras esperaban por los resultados. Misha, conocedor de la rutina, colocó un par de sillas de la mesa del salón y las llevó al medio de la sala uniéndolas por sus respaldos. A continuación, se bajó los pantalones hasta los tobillos, los calzoncillos hasta casi las rodillas, y se arrodilló sobre el asiento de una de las sillas mientras apoyaba las palmas de las manos en el asiento de la otra, utilizando la parte superior de los respaldos para apoyarse y ofrecer su culito desnudo, redondito y carente de vello en pompa preparado para una probable azotaina.

  • Chiquitín, no te hagas el remolón que tú también conoces la rutina. Ponte en posición.
  • Tito, no va a hacer falta, voy a sacar muy buena nota.
  • Mejor para ti, pero vas a esperar el resultado colocado en posición igual que Misha. Y si te lo tengo que decir otra vez va a ser cogiéndote de la oreja.

Adoptando un cierto aire de suficiencia como si fuera absurdo dudar de él, el travieso tomó dos sillas igual que Misha y, con cierta parsimonia que solo se aceleró ante un sonoro azote de la mano de su tito, las colocó al lado de su primo, que ya esperaba obediente con el culito preparado, e, igual que este, desnudó sus nalgas y se inclinó ofreciéndoselas a su guardián.

Mientras la aplicación informática procesaba los datos de los alumnos, tío Sergio contempló con la regla en la mano, con satisfacción y con una agradable excitación los dos hermosos traseros desnudos e inclinados y ofrecidos ante él, con los calzoncillos bajados al final de los muslos y los genitales, el periné y el ano bien afeitados asomando por entre las piernas. Recordó a los muchachos su obligación de permanecer en silencio mientras un bip electrónico avisaba de la disponibilidad de los resultados en su teléfono.

Misha había suspendido el test; tío Sergio le levantó la cabeza agarrándolo con fuerza de la oreja para reprenderle.

  • Este resultado está por debajo de tus posibilidades y lo sabes, nene.
  • Uuy, perdón, papá.
  • ¿Te lo esperabas o no?
  • Un poco, papá. Estudiaré más la próxima vez.
  • Más te vale. Para asegurarme de que estudies te voy a poner el culo bien caliente.
  • Sí, papá.

El primer azote con la regla no tardó en sonar en la estancia. Chiquitín, muy complacido de que su primo Don Perfecto estuviera siendo castigado, solo lamentaba que su posición no le permitiera contemplar las marcas de los reglazos sobre el pálido culito de Misha. Pero su sonrisa de satisfacción cuando a partir del séptimo u octavo azote su primo no pudo contener los gemidos no pasó inadvertida a tío Sergio.

La regla caía una y otra vez alternando los azotes por toda la superficie de las nalgas y la parte superior de los muslos de Misha, que estaban enrojeciendo a velocidad considerable. A tío Sergio le encantaba lo rápido que aparecían las huellas de la azotaina en el magnífico trasero del joven; el intenso tono rojo que adquirían y lo rápido que se disipaba. En unas pocas horas las nalgas volverían a estar blancas, suaves y dispuestas para caricias o para un nuevo castigo. Los tenues gemidos del muchacho, retorcido entre la quemazón de los reglazos, la humillación de adoptar una postura en la que se sentía desnudo y vulnerable y el confort difícil de explicar de saberse especial para su papá y objeto de una educación rígida, incrementaban el placer agridulce que sentían tanto el hombre como el muchacho; pero el castigo no solo excitaba al ejecutor y al receptor del mismo, sino también a un tercer agente: el testigo. Aprovechando la concentración del tío Sergio en aplicar bien el correctivo sobre el precioso culo de Misha, Chiquitín giró descaradamente la cabeza para poder contemplar como la regla impactaba sobre una de las nalgas de su primo. Aunque tenía la suerte de poder disfrutar del bonito espectáculo con frecuencia, la visión de la piel inmensamente roja temblando ante el azote le dejó una vez más sin aliento.

La regla se detuvo en el aire ante un nuevo bip de la aplicación informática. Tío Sergio captó a Chiquitín espiando con descaro la azotaina que recibía su primo y la mano que le dejaba libre la regla se le fue rápidamente a la oreja del traviesillo.

  • Uuuuuuy.
  • Vamos a ver tu resultado y enseguida hablamos.

La estupefacción en la cara de su tito, y el hecho de que siguiera sosteniendo la regla en una mano, provocó que un escalofrío recorriera a Chiquitín, que le pareció volverse muy pequeñito al comprender que la suerte no lo había acompañado y que además había sobreestimado la calidad de sus respuestas.

  • ¡Tienes una nota más baja que Misha cuando este test debería estar por debajo de tu nivel! No doy crédito ... te voy a poner el culo como un tomate.
  • ¡Aaaaaaaay!

Antes de acabar la frase la regla mordió la nalga de Chiquitín. El segundo azote cayó de forma casi instantánea sobre la nalga gemela y la alternancia se repitió una y otra vez. Al traviesillo se le inundaban los ojos de lágrimas, no tanto por el escozor de los azotes como por saber que los merecía y los necesitaba por haber sido una vez más un irresponsable; el no poder contener el llanto aumentaba su humillación, le hacía sentirse todavía más crío, hacía que el culito le escociera más y le hacía llorar aún con más fuerza. A su tito el llanto le conmovía en parte pero lo veía, acertadamente, como la aceptación de su condición de niño travieso por parte del joven.

Durante los siguientes veinte minutos los golpes de la regla en el culo redondo y carnoso de Chiquitín se interrumpieron regularmente por caricias que creaban una esperanza que se desvanecía con la reanudación del castigo. Tío Sergio pensaba demostrarle a su hermano de nuevo que se sentía cómodo en su papel dominante, que era un estricto guardián capaz de imponer orden entre los jóvenes con la misma severidad que cualquier otro papá y que era un consumado experto en el arte de la azotaina.


Mientras el hombre de la casa observaba con satisfacción los dos culos rojos cuyos dueños seguían castigados de cara a la pared, el recuerdo de su travesura empañó de nuevo los ojos de Chiquitín, y le recordó que Papi estaba a punto de llegar a casa del tito ... ¿Cómo reaccionaría cuando se enterara de la nota que había sacado? Le daba la sensación de que el culito se le ponía aún más rojo y caliente solo de pensarlo ....