Ya veis que el blog, aunque cerrado, colea de vez en cuando para publicar historias. Y, aunque los relatos de Chiquitín también estaban cerrados, pues ya sabéis que ahora todos los clásicos vuelven :) Bromas aparte, me han pedido la continuación de Chiquitín varias veces, y ahora un traviesillo me ha dado el ánimo que me faltaba. Si os gusta y queréis segunda parte, los comentarios por aquí o por correo se agradecen. Por cierto, esto no significa que no vaya a continuar con Tristán.
Un abrazo a los que todavía me leéis a pesar de que me prodigue tan poco, os lo agradezco muchísimo.
LAS AVENTURAS DE
CHIQUITIN: CHIQUITÍN APRENDE IDIOMAS
Primera parte
Nuestro traviesillo
favorito volvía a encontrarse en una posición muy familiar para él:
cara a la pared con las manos, que le pesaban terriblemente, en la
nuca, los pantalones por los tobillos, los calzoncillos por las
rodillas y el culito desnudo y ardiente el aire. Aunque era una
situación que atravesaba a diario, con la misma frecuencia con la
que perpetraba sus trastadas, era demasiado incómoda para conseguir
acostumbrarse a ella y frenar la ansiedad de liberar los brazos y de
acariciarse las nalgas para mitigar el escozor de la reciente
azotaina. El compartir el castigo con otro jovencito igualmente
travieso, su primo Misha, le proporcionaba escaso consuelo; la visión
por el rabillo del ojo del culito redondo e intensamente colorado del
otro joven le recordaba que su propio trasero, no menos redondito y
carnoso, estaría igual de rojo y caliente, y además el que su
primo, más pequeño que él y que solo llevaba unos pocos meses
recibiendo la educación a la antigua de obediencia y castigo
corporal en la que creían tanto Papi como el tío Sergio, resistiera
el dolor y la molestia con frialdad eslava sin lloriquear ni
inmutarse aparentemente le incrementaba la rabieta todavía más.
Chiquitín hizo un
esfuerzo por no echarse al suelo y patalear, lo cual le hubiera
valido una nueva zurra, y se secó con una sola mano las lágrimas
que todavía brotaban, dejando la otra en la nuca. La tentación de
aprovechar el momento para bajar la mano hasta sus nalgas e intentar
apaciguar el picor fue demasiado fuerte. Al no escuchar amenaza ni
reacción por parte del tío Sergio, que era quien supervisaba al
castigo de los dos jóvenes, el travieso se frotó su culito redondo
y apetitoso con ambas manos, intentando traspasar a estas el calor
generado por los azotes. El momento de relax y alivio duró poco más
de un par de segundos, hasta que notó primero los pasos sigilosos y
rápidos de su guardián, y un instante después una nueva oleada de
calor, esta vez en su oreja.
- ¿Quién te ha dado permiso, jovencito? No han pasado ni diez minutos y tenéis media hora de castigo.
- Aaaaay, perdón, tío Sergio, duele mucho. Aaaaaaau ...
La mano fuerte liberó su
oreja pero solo para agarrarlo por la cintura mientras la otra mano
descargaba una ráfaga de azotes sobre el culito desnudo y ya
previamente dolorido.
- Uuuuy, ahora duele máááás ...
- Ahí quietecito sin mover ni un pelo o te dejo sin culo y sin orejas. Aprende de tu primo.
Afortunadamente tío
Sergio no vio el mohín en los morritos de su sobrino al salir
perjudicado en la comparación con el otro peque presente o de lo
contrario Chiquitín se habría llevado otra tanda de azotes y el
tono de su culito se habría acercado todavía más al granate. Tras
secarse un nuevo par de lágrimas, provocadas más por la rabieta que
por el dolor, el travieso logró por fin apaciguarse un poco y
reflexionar sobre las travesuras, más que circunstancias, que le
habían llevado a merecer su castigo.
La culpa había sido, una
vez más, del tonto empollón de Misha. Al tío Sergio se le caía la
baba hablando de su nene, lo cual no le impedía, sino todo lo
contrario, darle buenas azotainas cuando su comportamiento, su
rendimiento o su obediencia no eran impecables e inmediatos; a los
pocos meses de su adopción no solo era sumiso y respetuoso y hablaba
un español más que aceptable, sino que estaba además aprendiendo
también inglés a toda velocidad. Cada vez que oía hablar de los
progresos lingüísticos de su sobrino, Papi miraba a Chiquitín y
fruncía el ceño recordando que llevaba años pagando clases para
que su peque no pasara de tener una conversación básica en la
lengua de Shakespeare.
La noche del día en que
Misha aprobó su primer examen oficial de inglés, Papi retorció la
oreja de Chiquitín y lo puso de cara a la pared bajo la amenaza de
una zurra con el cepillo mientras lo apuntaba en un curso online.
Tras matricularlo, le enseñó la alternativa si no conseguía
resultados rápidos en el curso electrónico conectándose a la
página web de un estricto y maduro profesor inglés nativo que, vara
en mano, garantizaba buenos resultados a base de métodos pedagógicos
británicos tradicionales. En la web aparecían fotos de los traseros
desnudos de los jóvenes alumnos del profesor con abundantes marcas
de vara como ejemplo; el publicar las fotos era un castigo añadido
para quienes no alcanzaban el estricto nivel exigido en sus clases, y
el docente, cuyo prestigio profesional no le quitaba la fama de
bribón al que le gustaban mucho los chicos guapos, anunciaba
posibles descuentos para alumnos con culitos jóvenes, suaves y
redondos.
Asi que Chiquitín se
había matriculado en un curso online; el traviesillo era un gran
aficionado a Internet pero, precisamente por eso, la tentación de
pasar de la plataforma del curso a la de uno de sus juegos favoritos
era demasiado fuerte teniendo el teclado y el ratón entre sus manos.
Una tarde se ganó una intensa y merecida zurra cuando Papi lo pilló
con la ventana de su juego favorito minimizada y la del curso
inactiva por llevar un rato largo sin interacción por parte del
alumno. La segunda vez que fue pillado en las rondas de control que
hacía Papi por sorpresa, la larga y severa azotaina con el cepillo
dejó una impresión más duradera tanto en el culete como en el
ánimo del peque. Por fin este empezó a tomarse en serio el curso y
a avanzar y conseguir algún que otro resultado. A Papi le gustaba
mucho cuando su chiqui entraba de golpe en su despacho o en el salón
y saltaba prácticamente en su regazo mimoso y alborozado por sus
éxitos en alguna de las lecciones, llenando a su papá de besos y
esperando recibir a cambio otros tantos; normalmente sus deseos de
mimos se veían complacidos, aunque la petición de una dosis de
caramelos y golosinas a cambio de sus esfuerzos lingüísticos solo
conseguía como resultado un tirón de orejas o un par de azotes
contestados por pucheros que Papi encontraba adorables.
El traviesillo presumía
tanto de sus avances y proezas que Papi, conocedor de su pico de oro
y de sus castillos en el aire, decidió ponerlo a prueba de manera
objetiva y programar un examen de su curso online. Controlaría los
resultados el tío Sergio, con más conocimientos de inglés, y así
lo haría coincidir con las lecciones que este impartía a su Misha
recién adoptado tres veces por semana. Las instrucciones de Papi a
su hermano, dichas en presencia de Chiquitín, eran las de propinar
una buena azotaina en el culito desnudo a su sobrino si el resultado
del test bajaba en lo más mínimo del umbral de excelencia pregonado
por el nene. Tan fantasioso, despreocupado e indolente como era
habitual en él por su naturaleza traviesa, el traviesete se permitió
el lujo de pasarse jugando las horas destinadas al repaso la tarde
anterior al examen.
Al día siguiente, frente
al examen en el ordenador del tío Sergio bajo la mirada atenta y
severa de este, la soberbia de Chiquitín se tornó en inseguridad al
estrellarse sus sueños de grandeza contra la realidad de las
preguntas cuyas respuestas en algunos casos ignoraba y en la mayoría
no dominaba. No obstante, no habría sido el travieso que era si no
confundiera el que le sonaran las cosas con estar dando la respuesta
correcta y solo contaba con fallar un porcentaje de aquellas
respuestas que había proporcionado completamente al azar, y aún así
esperaba que la suerte le ayudara por lo que no consideró necesario
molestarse en repasar el test antes de enviar las respuestas, pese al
consejo acompañado de tirón de orejas de tío Sergio.
A continuación Misha
llevó a cabo el mismo test y, una vez finalizado, tío Sergio ordenó
a los dos muchachos que se colocaran en posición mientras esperaban
por los resultados. Misha, conocedor de la rutina, colocó un par de
sillas de la mesa del salón y las llevó al medio de la sala
uniéndolas por sus respaldos. A continuación, se bajó los
pantalones hasta los tobillos, los calzoncillos hasta casi las
rodillas, y se arrodilló sobre el asiento de una de las sillas
mientras apoyaba las palmas de las manos en el asiento de la otra,
utilizando la parte superior de los respaldos para apoyarse y ofrecer
su culito desnudo, redondito y carente de vello en pompa preparado
para una probable azotaina.
- Chiquitín, no te hagas el remolón que tú también conoces la rutina. Ponte en posición.
- Tito, no va a hacer falta, voy a sacar muy buena nota.
- Mejor para ti, pero vas a esperar el resultado colocado en posición igual que Misha. Y si te lo tengo que decir otra vez va a ser cogiéndote de la oreja.
Adoptando un cierto aire
de suficiencia como si fuera absurdo dudar de él, el travieso tomó
dos sillas igual que Misha y, con cierta parsimonia que solo se
aceleró ante un sonoro azote de la mano de su tito, las colocó al
lado de su primo, que ya esperaba obediente con el culito preparado,
e, igual que este, desnudó sus nalgas y se inclinó ofreciéndoselas
a su guardián.
Mientras la aplicación
informática procesaba los datos de los alumnos, tío Sergio
contempló con la regla en la mano, con satisfacción y con una
agradable excitación los dos hermosos traseros desnudos e inclinados
y ofrecidos ante él, con los calzoncillos bajados al final de los
muslos y los genitales, el periné y el ano bien afeitados asomando
por entre las piernas. Recordó a los muchachos su obligación de
permanecer en silencio mientras un bip electrónico avisaba de la
disponibilidad de los resultados en su teléfono.
Misha había suspendido
el test; tío Sergio le levantó la cabeza agarrándolo con fuerza de
la oreja para reprenderle.
- Este resultado está por debajo de tus posibilidades y lo sabes, nene.
- Uuy, perdón, papá.
- ¿Te lo esperabas o no?
- Un poco, papá. Estudiaré más la próxima vez.
- Más te vale. Para asegurarme de que estudies te voy a poner el culo bien caliente.
- Sí, papá.
El primer azote con la
regla no tardó en sonar en la estancia. Chiquitín, muy complacido
de que su primo Don Perfecto estuviera siendo castigado, solo
lamentaba que su posición no le permitiera contemplar las marcas de
los reglazos sobre el pálido culito de Misha. Pero su sonrisa de
satisfacción cuando a partir del séptimo u octavo azote su primo no
pudo contener los gemidos no pasó inadvertida a tío Sergio.
La regla caía una y otra
vez alternando los azotes por toda la superficie de las nalgas y la
parte superior de los muslos de Misha, que estaban enrojeciendo a
velocidad considerable. A tío Sergio le encantaba lo rápido que
aparecían las huellas de la azotaina en el magnífico trasero del
joven; el intenso tono rojo que adquirían y lo rápido que se
disipaba. En unas pocas horas las nalgas volverían a estar blancas,
suaves y dispuestas para caricias o para un nuevo castigo. Los tenues
gemidos del muchacho, retorcido entre la quemazón de los reglazos,
la humillación de adoptar una postura en la que se sentía desnudo y
vulnerable y el confort difícil de explicar de saberse especial para
su papá y objeto de una educación rígida, incrementaban el placer
agridulce que sentían tanto el hombre como el muchacho; pero el
castigo no solo excitaba al ejecutor y al receptor del mismo, sino
también a un tercer agente: el testigo. Aprovechando la
concentración del tío Sergio en aplicar bien el correctivo sobre el
precioso culo de Misha, Chiquitín giró descaradamente la cabeza
para poder contemplar como la regla impactaba sobre una de las nalgas
de su primo. Aunque tenía la suerte de poder disfrutar del bonito
espectáculo con frecuencia, la visión de la piel inmensamente roja
temblando ante el azote le dejó una vez más sin aliento.
La regla se detuvo en el
aire ante un nuevo bip de la aplicación informática. Tío Sergio
captó a Chiquitín espiando con descaro la azotaina que recibía su
primo y la mano que le dejaba libre la regla se le fue rápidamente a
la oreja del traviesillo.
- Uuuuuuy.
- Vamos a ver tu resultado y enseguida hablamos.
La estupefacción en la
cara de su tito, y el hecho de que siguiera sosteniendo la regla en
una mano, provocó que un escalofrío recorriera a Chiquitín, que le
pareció volverse muy pequeñito al comprender que la suerte no lo
había acompañado y que además había sobreestimado la calidad de
sus respuestas.
- ¡Tienes una nota más baja que Misha cuando este test debería estar por debajo de tu nivel! No doy crédito ... te voy a poner el culo como un tomate.
- ¡Aaaaaaaay!
Antes de acabar la frase
la regla mordió la nalga de Chiquitín. El segundo azote cayó de
forma casi instantánea sobre la nalga gemela y la alternancia se
repitió una y otra vez. Al traviesillo se le inundaban los ojos de
lágrimas, no tanto por el escozor de los azotes como por saber que
los merecía y los necesitaba por haber sido una vez más un
irresponsable; el no poder contener el llanto aumentaba su
humillación, le hacía sentirse todavía más crío, hacía que el
culito le escociera más y le hacía llorar aún con más fuerza. A
su tito el llanto le conmovía en parte pero lo veía, acertadamente,
como la aceptación de su condición de niño travieso por parte del
joven.
Durante los siguientes
veinte minutos los golpes de la regla en el culo redondo y carnoso de
Chiquitín se interrumpieron regularmente por caricias que creaban
una esperanza que se desvanecía con la reanudación del castigo. Tío
Sergio pensaba demostrarle a su hermano de nuevo que se sentía
cómodo en su papel dominante, que era un estricto guardián capaz de
imponer orden entre los jóvenes con la misma severidad que cualquier
otro papá y que era un consumado experto en el arte de la azotaina.
Mientras el hombre de la
casa observaba con satisfacción los dos culos rojos cuyos dueños
seguían castigados de cara a la pared, el recuerdo de su travesura
empañó de nuevo los ojos de Chiquitín, y le recordó que Papi
estaba a punto de llegar a casa del tito ... ¿Cómo reaccionaría
cuando se enterara de la nota que había sacado? Le daba la sensación
de que el culito se le ponía aún más rojo y caliente solo de
pensarlo ....
5 comentarios:
Me ha encantado volver a leer una historia sobre chiquitín, espero poderleerla continuación y más historias sobre el.
Me encantaria ver como un castigo que papi le coloque un cinturon de castidad y un tapón a fondo mientras le zurra el culito, si es en conjunto de se tio y su jefe aun mejor
YO VOY A RECIBIR UN CASTIGO FISICO DE PARTE DE MI HERMANASTRA MAYOR ELLA ME PONE DE RODILLAS Y ME CACHETEA CON TODAS SUS FUERZAS PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF
YO VOY A RECIBIR UN CASTIGO FISICO DE MI HERMANASTRA MAYOR ELLA ME PONE D RODILLAS Y ME CACHETEA CON TODAS SUS FUERZAS PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF PLAFFFFFFFFFFFFFFFFFFFFF
extraño mucho tu blog!!! vuelve!!
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