sábado, 1 de septiembre de 2012

Final del relato de Chiquitín


Esta entrada es en cierto sentido importante para mí; concluir este relato es algo que tuve pendiente durante tres años, y, ahora que lo acabo, mi intención es dejar aparcado el personaje de Chiquitín y escribir otras historias con un pie más en la realidad y no tan en el mundo paralelo de Chiquitín, su papi, etc. A ver esta declaración de intenciones en qué queda, porque luego hay que encontrar el hueco para ponerse a escribir y os aseguro que no es fácil. Pero bueno, por ahora aquí tenéis el final de este relato, y en principio de todas las aventuras de Chiquitín; veamos cuál es el secreto que nuestro amigo no le quiere contar a su papi. 

Gracias de verdad a todos los lectores que me han estado animando a escribir más relatos durante estos años.


Las aventuras de Chiquitín: Doble ración (tercera parte)

Aquí está la primera parte
Aquí está la segunda parte

Después de los primeros cuarenta azotes, Papi decidió dar un descanso a la vara y a las doloridas nalgas de Chiquitín, cruzadas desde la cintura hasta la mitad de los muslos por preciosas marcas. La belleza del culito castigado se completaba con el sonido de los sollozos del traviesillo, que con la eficaz acción del correctivo había cambiado su discurso y confesado muchas travesuras, pidiendo ahora perdón y clemencia. Aparte de la chocolatina consumida a escondidas, Papi se había enterado de alguna que otra falta, como negligencias en la limpieza de su habitación, utilización sin permiso de la televisión o de los videojuegos y pequeño etcétera. Desde luego el interrogatorio había sido efectivo; a partir de ese momento pensaba convertirlo en práctica habitual, para no pasar por alto ninguna menudencia, que no por previsible convenía dejar sin castigo.

No obstante, su suspicacia de papá no estaba del todo satisfecha. ¿Chiquitín, que ya conocía de otras ocasiones la severidad del interrogatorio, había llegado tan lejos sólo para ocultar unas chiquilladas como esas? Lo lógico sería que un par de azotes de la vara hubieran sido suficientes para la confesión y, tras un castigo razonable, Papi y su nene podían haber estado ya desde hace un buen rato reconciliándose y haciéndose cariñitos. Tenía que haber algo más; seguramente de poca monta también pero de alguna forma importante para el pequeño. Había que averiguar lo que era, puesto que un jovencito no debía de albergar ningún secreto sino ser totalmente transparente ante su papá. Y el gato encerrado estaba a punto de salir; unos chasquidos de la vara más y Chiquitín se derrumbaría y diría toda la verdad. Sobre todo si antes su castigado culito recuperaba la sensibilidad. Papi, con toda la sabiduría acumulada sobre como doblegar y someter a su nene, esperó con calma unos minutos y acarició casi cariñoso el culito expuesto ante él; el contacto con la piel escocida y ardiente aumentó su excitación.

Los gemidos y sollozos, que habían quedado casi atenuados, se convirtieron en gritos de pánico cuando la vara volvió a atacar los cuartos traseros del traviesillo. Tres o cuatro azotes más bastaron para que el chico empezara a llorar a moco tendido.

“¡Papiiiii, por favor, te lo contaré todoooooo, buaaaaaaaaaa!”

“¿Qué es todo, Chiquitín?” La vara golpeó inmisericorde una vez más.

“Lo que ha pasado… ¡hip! … en los entrenamientos … ¡hip!”

Vaya, vaya, por fin habían llegado a donde había que llegar. Un último azote no vendría nada mal para reforzar el mensaje, y Papi lo asestó sin vacilación. A continuación desató con calma las manos y piernas de Chiquitín, entumecidas por los forcejeos, mientras el muchacho poco a poco transformaba los hipidos, lloros y balbuceos en algo parecido a palabras, aunque todavía de escasa coherencia.

“Entrenador … cosas feas …. retraso …. camino a casa …. promesas …. huir …”

Parecía que el asunto podía ser más serio de lo que aparentaba al principio, pero no había que ponerse nervioso. Papi ayudó a Chiquitín a ponerse en pie y lo abrazó muy fuerte, acariciándole el pelo y el culito ardiente durante un buen rato.

“¿Ves lo que pasa por no contarle las cosas a Papi? Bueno, para ya de balbucear. En un momento te sientas en las rodillas de Papi y se lo confiesas todo, con calma y sin omitir ni un detalle, ¿estamos?”


Ya algo más tranquilito, sentado desnudo sobre las rodillas de Papi en el sofá del salón, Chiquitín le relató como un niño bueno todos los detalles de las clases de entrenamiento que hasta ahora había ocultado. Papi ya conocía la historia oficial: que el entrenador recibía en el patio a los chicos rezagados que salían últimos del vestuario bajándoles el pantalón de deporte y calentándoles el culito, que les hacía correr, competir entre ellos y hacer flexiones, y que vigilaba que no pasara nada raro en las duchas; cualquier mal comportamiento en el vestuario suponía probar la pala. Los otros chicos que entrenaban tenían diferentes perfiles; los había que simplemente habían cogido un poco de sobrepeso en opinión de sus papás, como el caso de Chiquitín, pero también deportistas semiprofesionales, algunos atletas y otros jugadores de balonmano o rugby muy musculosos y desarrollados, entre ellos el hijo del entrenador, al que Papi había conocido de casualidad aquella mañana.

Este último y sus amiguetes estaban orgullosos de su musculatura y se mostraban prepotentes con los chicos más jóvenes o menos corpulentos; Papi no le había dado en su momento demasiada importancia a las bromas un tanto pesadas que les gastaban a Chiquitín y pensaba que el muchacho no debía ser mimoso y tenía que adaptarse al grupo. Todas las burlas tenían lugar naturalmente sin conocimiento del entrenador, que de intuir cualquier tipo de falta de respeto a un compañero restablecía rápidamente el orden mediante dos docenas de palazos sobre las redondas y musculadas nalgas del transgresor, que debía ponerse en posición con el pantalón bajado en presencia de todo el resto de la clase, convertidos en encantados espectadores. Era en el camino de vuelta a casa donde salían darse los problemas; empujones, collejas, bromas de mal gusto, entre varios agarraban a Chiquitín, le bajaban los pantalones, le daban palmadas en el culo …. Nuestro amiguito no había contado nada a Papi para no ser un chivato.

No obstante, un día que los amiguetes cómplices del hijo del entrenador no estaban, y por lo tanto éste no podía sentirse fortalecido por sus compinches, Chiquitín, en lugar de intentar escapar de él como siempre hacía, salió a su encuentro y le plantó cara, retándole a que si tenía algún problema con él se lo dijera a solas como un hombre.

El hijo del entrenador, ante el coraje demostrado por un pequeñín al que le sacaba unos veinte centímetros, se mostró perplejo en principio, y divertido a continuación. Ante la sorpresa de Chiquitín, el gigantón estalló en carcajadas; comprobó con calma que nadie podía verlos y le agarró inmovilizándole los brazos y tapándole al mismo tiempo la boca.
“Qué gracioso; desde luego tienes lo que hay que tener, nene; pero creo que hay que enseñarte cuál es tu lugar, quién es el hombre aquí y quién el niñito”

Ante la impotencia de Chiquitín, el grandullón no tuvo ningún problema en bajarle el pantaloncito, arrastrarlo hasta una piedra lo suficientemente grande para permitirle sentarse en ella, y poner al pequeño sobre sus rodillas para propinarle una buena azotaina.

“Ya te enseñaré yo”, PLAS, “a respetar a los que son mayores que tú”, PLAS; “no eres más que un crío”, PLAS, “yo soy un hombre”, PLAS, “y cada vez que no me muestres el debido respeto”, PLAS, “te voy a poner el culo como un tomate”, PLAS, ….

Los azotes, rápidos pero contundentes, no acabaron hasta comprobar el grandullón que Chiquitín tenía ya el culito bien rojo, momento en el cual empezaron a ser sustituidos por manoseos y pellizcos. La mano del grandullón no tardó en palpar también el miembro de Chiquitín y en observar con gran satisfacción que el jovencito estaba excitado con su castigo. El pequeño, incapaz de soportar tanta humillación, comenzó a lloriquear.

“¿Por qué eres tan malo? Yo no te hecho nada y te metes siempre conmigo”.

El grandullón se echó a reír de nuevo con desenfado ante la ingenuidad de Chiquitín; le propinó tres o cuatro azotes más, lo puso en pie y, para sorpresa mayúscula del pequeño, lo estrechó entre sus brazos y comenzó a besarlo.

“Mira que eres tonto. ¿No ves que me meto contigo porque eres el más guapo del equipo y el que más me gusta? Tienes un culito precioso”.

Chiquitín comenzó a forcejear, lo cual excitó todavía más al grandullón, que le introdujo la lengua hasta el esófago mientras le impedía moverse con sus poderosos brazos y sus piernas, que rodeaban las del pequeño.

“Estate quieto, o te llevas otra zurra. No te hagas el remilgado, porque yo también te gusto a ti. Tu amiguito de ahí abajo no puede mentir aunque tú lo intentes”.

Y así se sucedieron los azotes, los pellizcos y los agarrones, intercalados con besos, abrazos y caricias, no solo ese día sino durante y después de todos los entrenamientos siguientes. Cuando nadie los veía, el grandullón le guiñaba el ojo a Chiquitín, le robaba un beso o le daba un azote en el culo, preludio de la tensa pero dulce lucha que ambos esperaban con impaciencia al acabar la clase, y en la que siempre era el mismo el que perdía, aunque en realidad no estaba nada claro que la derrota fuese tal.

Papi escuchaba el relato entre estupefacto e indignado, más aún al preguntar por los detalles más íntimos y descubrir que los últimos forcejeos entre los dos amiguitos habían acabado con Chiquitín de rodillas haciendo los servicios con la boca que a Papi tanto le gustaban y que pensaba que sólo él recibía. Aunque le complacía la nobleza de su nene, que podría con relativa facilidad hacerse pasar por víctima de abusos por parte de otro chico más grande y fuerte que él, le mortificaba lo tonto que había sido al creer que el culito rojo que Chiquitín traía a casa después de cada tarde de deporte era siempre obra del entrenador sin verificarlo, y que ciego había estado al malinterpretar el sonrojo del hijo del entrenador aquella mañana cuando su papá había hablado de los azotes a Chiquitín. Tenía buenos motivos para ponerse rojo ese sinvergüenza.

Y naturalmente se reconcomía de celos al ver cómo su nene defendía a su agresor, que al parecer estaba realmente enamorado de Chiquitín. Pudiendo haberse limitado a abusar de él como del resto de los chicos menos atléticos del equipo, había dejado de manosear y acosar a los otros y se centraba exclusivamente en su nene. Sus intenciones eran serias y había llegado a proponer a Chiquitín en varias ocasiones hablar con sus respectivos padres y pedir la emancipación al Consejo de la ciudad, junto con el permiso para adoptarle y convertirse en su nuevo papá, a pesar de su juventud. Chiquitín no quería contar detalles que pudieran ser hirientes para Papi, pero la insistencia de éste le llevó a revelar conversaciones íntimas con el chico grandullón, en el que éste se consideraba con más aptitudes para ser papá.

“Así que tu papi permite que tu jefe, tu entrenador, tu tío y a saber cuántos otros te vean el culito y te lo zurren; cuando yo sea tu papá tu culito será solo mío y nadie más lo verá ni mucho menos lo tocará. Y nada de ir a playas nudistas; sólo yo te veré desnudo, de hecho te tendré desnudito y a mi merced en casa. Te daré una buena zurra todos los días para que  tengas claro quién manda; y luego te comeré a besos. Y ese culito tan rico que tienes no se va a llevar solamente azotes, va a haber mucho más entre tú y yo”.

Dentro de su enfado, Papi se esforzó en sonreír ante la ingenuidad de los jóvenes; aún en el caso de que los locos sueños del grandullón se hicieran realidad y consiguiera convertirse en el nuevo papá de Chiquitín, con el tiempo acabaría prestándose a intercambiar a su nene con otros papás para a su vez tener acceso a algunos otros de los culos bonitos que había en la ciudad. En fin, tampoco era conveniente quitarles la ilusión a los jóvenes. Sí lo era, desde luego, poner todo este asunto en conocimiento del entrenador y decidir entre los dos papás los castigos necesarios. Papi levantó a Chiquitín de sus rodillas y con cara severa y un azote preventivo lo envió cogido de la oreja hasta la esquina de la habitación, donde se quedaría durante un buen rato. Y pobre de él como se moviera de allí o como bajara las manos de la nuca.

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Arriesgándose a llevarse un buen azote, Chiquitín giró la cabeza tímidamente; su campo visual, hasta entonces ceñido a la pared que tenía a un palmo de la nariz, fue ampliándose y descubriéndole que se encontraba a solas en el salón. Se atrevió a separar los brazos, que tenía ya entumecidos; Papi lo tenía bien entrenado y había aprendido a aguantar ratos realmente largos con las manos en la nuca, pero notaba que no podría resistir mucho tiempo en esa postura y eso, si su papá seguía tan enfadado, lo cual era más que posible, le valdría una nueva azotaina. Más pronto que tarde se llevaría más azotes, por lo que había que aprovechar la ocasión para acariciarse e intentar aliviar el escozor en el culo, todavía caliente, muy sensible y casi seguro que marcado aún por la vara.

Un ruido le hizo girarse de cara a la pared y devolver las manos a la nuca muy rápidamente, aunque no lo suficiente para un papá perspicaz y acostumbrado a los trucos de los traviesillos. Chiquitín apenas tuvo tiempo de percibir con estupor que había sido cazado; enseguida Papi le agarró las manos inmovilizándolas a la espalda mientras le propinaba una retahíla de azotes.

“¿Quién … PLAS … te ha dado …. PLAS ….. permiso ….. para moverte, ……, jovencito? “… PLAS …. PLAS …. PLAS …

Cuando la tonalidad del rojo de ambas nalgas logró la intensidad y la uniformidad adecuadas, Papi soltó las manos del chico y lo giró. Bien educado, Chiquitín bajó ligeramente la cabeza sin atreverse a mirar a su papá directamente a los ojos, lo cual le hubiera valido algún azote más.

“Desde luego, no tienes remedio. Anda, vístete, que tenemos visita”

Sobre el sofá aparecía la ropa que Papi había ido a buscarle; nuestro amigo seguía desnudito, y así se habría quedado de no ser porque al parecer estaban esperando a alguien. Chiquitín sabía que los niños buenos no hacen preguntas, pero Papi decidió en aquella ocasión satisfacer su curiosidad.

“Viene tu amiguito con su papá el entrenador”

Chiquitín intentó disimular pero una mueca de tristeza asomó a sus labios. Le daba mucha vergüenza volver a ver a su amigo especial delante de Papi después de las travesuras que habían hecho juntos. No se arrepentía de delatarle, puesto que había hecho lo correcto y lo que era lo mejor para los dos, pero le entristecía pensar que el chico sería castigado, y severamente además.

“El entrenador y yo hemos hablado largo y tendido por teléfono; como está claro que los dos habéis sido culpables y desobedientes creemos que debéis ser castigados juntos. Ellos dos han tenido ya una charla y ahora vienen hacia aquí; os habéis pensado que erais ya mayores y desde luego que vamos a poneros en vuestro sitio. Vais a ver lo que les pasa a los niños que hacen travesuras y abusan de la confianza de sus papás”

El chico estaba tan compungido que Papi tuvo que reprimir el impulso de estrecharlo entre sus brazos. Ya habría tiempo para la reconciliación, pero antes estos dos traviesillos debían recibir su merecido; se limitó a señalar con el índice la ropa para que Chiquitín se vistiera. Naturalmente no le había proporcionado ropa interior; mientras el muchacho se subía el pantalón corto y ceñido, su papá se relamía pensando en los muchos azotes que iban a tener lugar en ese mismo salón en unos minutos, y no en uno sino en dos deliciosos culos.

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“Acaban de llamar a la puerta. No te muevas de ahí, jovencito”

Menos mal, Chiquitín no habría podido aguantar ni un minuto más con las manos en la nuca. Ahora un último esfuerzo para que cuando entrase el entrenador se encontrase al chico obediente en su lugar de castigo de cara a la pared, con su camisa blanca y sus pantalones muy cortos, que de hecho dejaban a la vista las marcas de la vara sobre sus muslos.

Los pasos de los visitantes se aproximaban. Sin darse la vuelta ni bajar las manos mientras no le dieran el permiso para ello, Chiquitín se encontró rápidamente con compañía a su lado. El chico grandullón, traído firmemente de la oreja por su papá, ocupó su puesto de cara a la pared.

“Tenemos que hablar largo y tendido con vosotros dos; parece que no tenéis muy claro que tenéis que respetar y obedecer a vuestros papás. Daos la vuelta; las manos que sigan en la nuca”

Los dos chicos se giraron sin atreverse a despegar las manos de la nuca ni a mirar a los ojos de los mayores, lo cual habría sido interpretado como un desafío. Se produjo un tenso silencio, interrumpido por el entrenador, que se dirigió a su chico.

“Nene, no sólo me has faltado al respeto a mí con esas locuras de creerte mayor, sino al papá de Chiquitín; en casa te has llevado ya una buena tunda pero ahora te pongo en sus manos, está muy en su derecho de castigarte”

“Ven aquí, jovencito”, ordenó Papi.

Grandullón se acercó, obediente y cabizbajo. Para Chiquitín, acostumbrado a ver a un joven desenvuelto y un tanto vanidoso que se comportaba como un adulto delante de los compañeros más jóvenes, fue chocante verlo sumiso, la mirada baja y las manos en la nuca, y vestido con ropa de niño, camisa gris, corbata y un pantaloncito casi tan corto como el suyo y más ceñido si cabe, que dejaba también al aire unos muslos enrojecidos y evidentemente bien castigados antes de venir.

Los dos chicos no pudieron dejar de percibir que los papás, que permanecían de pie con expresión muy severa, habían colocado sobre la mesa un amplio repertorio de instrumentos destinados a la educación de jóvenes díscolos: un cepillo de grandes dimensiones, una regla de madera recia, un cinturón de cuero y un sacudidor de alfombras se encontraban a disposición de los mayores, que no se lo pensarían dos veces si consideraban conveniente emplearlos con aquel par de traviesillos.

Sin apartar los ojos de Grandullón, Papi se sentó en el sofá y, con calma, buscó y desabrochó el botón del pantaloncito del joven, le bajó la cremallera y tiró de la prenda, que habría insistido en ceñirse a sus gruesos muslos de no ser por la persistencia de las manos de Papi. Los pantaloncitos pasaron de las rodillas a los tobillos del chico, dejando al descubierto unas redondas, musculosas y coloradas nalgas ante los ojos de Chiquitín y un miembro de considerables dimensiones ante los de Papi, que tuvo que contenerse para no pestañear. Desde luego, el muchacho estaba dotado para ser un buen papá en un futuro no tan lejano. Obediente, grandullón levantó un pie y luego el otro para despojarse definitivamente de una prenda que evidentemente no iba a necesitar durante el resto de la noche.

“Sobre mis rodillas”

Chiquitín contempló con admiración el combate que tuvo lugar durante los minutos siguientes entre el corpulento y espléndido culo del muchacho y la no menos fuerte y vigorosa mano derecha de Papi, que acabó doblegando las nalgas ofrecidas sobre su regazo con la aplicación de un sonoro castigo, aunque para ello tuvo que esforzarse al máximo y acabar con la palma casi igual de colorada que los cuartos traseros del joven. Acostumbrado al culito más suave y menos trabajado de Chiquitín, Papi se encontró ante un reto del cual, tras un instante de duda inicial, tuvo claro que saldría airoso, sobre todo al aplicar con maestría una serie de manotazos sobre el extremo superior de los muslos del joven que lo llevaron a proferir casi un alarido. Grandullón, aunque muy contra su voluntad, no pudo sino empezar a gemir ante el ardiente escozor que sentía en su voluminosa retaguardia, mientras retorcía las piernas abriéndolas más y exponiendo su agujerito más íntimo ante un Papi cada vez más excitado.

El entrenador contemplaba el castigo con aprobación ante aquel papá que demostraba sin complejos cómo un hombre de verdad debía tratar a un nene consentido; Grandullón aprendería a comportarse ante el resto de los adultos como el niño obediente que era con él en casa, y olvidarse de sus fanfarronerías y de jugar a ser mayor.

Una vez demostrado que podía someter a aquel casi hombretón sin más ayuda que la de su potente mano, Papi lo levantó de su regazo. Teniendo claro que la sumisión absoluta era la única opción, Grandullón se apresuró a colocar las manos en la nuca, sin por supuesto plantearse el tapar su miembro ni su culo y sus muslos rojo intenso del resto de los asistentes. Papi le indicó que acabara de desnudarse; un par de minutos más tarde, el hermoso y atlético cuerpo del joven se tumbó dócilmente a lo largo del sofá, siguiendo las indicaciones de quien estaba al mando en ese momento. Papi levantó los tobillos doblando al sumiso muchacho como a un bebé al que le van a cambiar el pañal y descubriendo un bellísimo cuadro: las nalgas rojas, calientes y completamente abiertas del travieso, descubriendo y exponiendo con generosidad sus secretos más íntimos.

Manteniendo las piernas de Grandullón bien arriba, abiertas y separadas, con una mano, Papi tomó la regla de madera con la otra y comenzó a propinar sobre el culo ofrecido e indefenso ante él una contundente paliza. Los intensos reglazos enseguida se vieron acompañados de roncos gemidos por parte de la víctima, que pagaba un doloroso precio por las travesuras cometidas con Chiquitín. Por otra parte, la compasión que sentía este último se veía superada por la admiración a su Papi; ver cómo dominaba sin titubeos a quien él había llegado a considerar como un gigante le provocó una mezcla de amor, orgullo y deseo de someterse todavía más ante quien estaba claro que era el auténtico hombre en su vida. Grandullón era simpático y muy guapo, pero no pasaba de ser un niño fanfarrón que jugaba a ser un papá.

El entrenador distrajo a Chiquitín de su fascinación por los azotes a su amigo, tomándolo sin contemplaciones de la oreja.

“Yo también tengo unas cuantas cosas que hablar contigo, nene. A ver si te piensas que puedes utilizar mis clases para hacer cochinadas con tus compañeros. Desnúdate ahora mismo”

Enseguida los reglazos de Papi tuvieron que competir en intensidad con los impactos del cepillo del entrenador sobre el culito de Chiquitín. Y sería difícil saber cuál de los chicos desnuditos gritaba más fuerte ni quién de ellos tenía una mayor sensación de estar sentándose sobre brasas ardientes.
Una vez los dos culos hubieron logrado una tonalidad casi escarlata, los muchachos fueron consolados brevemente sobre las rodillas del papá del otro; no obstante, los mayores consideraban que la compensación por las travesuras de sus chicos precisaba también de un buen servicio de satisfacción oral que los relajara de tanta tensión. Chiquitín y Grandullón se arrodillaron obedientemente en el suelo delante cada uno del hombre que acababa de castigarle y, con la misma sumisión, bajaron la cremallera de su pantalón. Mientras agarraba firmemente, apretándola contra sí, la cabeza del hijo del entrenador, la dulzura y habilidad de la lengua del muchacho fueron toda una sorpresa para Papi, mientras el entrenador no era precisamente menos dichoso gozando del para nada inferior talento oral de Chiquitín, ya conocido por otros de los amigos de su papá.

Esta muestra de buen comportamiento de los chicos fue premiada con muchos mimos, aplicaciones de pomada que consiguieron reducir un poco la temperatura de sus nalgas, y con un resto de la noche muy relajado, en el que las travesuras de los jóvenes parecían olvidadas. No obstante, antes de irse de vuelta los invitados, los dos papás acordaron que cada muchacho se llevaría, durante un tiempo indefinido, una buena azotaina antes de irse a la cama. La noticia, recibida con pesar por los dueños de los culitos todavía  muy enrojecidos, fue compensada con el anuncio de que durante esa temporada tendrían también derecho a ración doble. Grandullón y Chiquitín, hartos de la penuria de sus comidas y cenas, sonrieron encantados.

Al día siguiente, no obstante, Chiquitín descubrió el auténtico significado de la doble ración cuando la cena fue tan raquítica como siempre desde que había comenzado la dieta, y más tarde Papi apareció en su habitación provisto de un grueso cinturón; la azotaina prometida esa noche y las siguientes sería doble, la primera mitad con la mano y la segunda con un instrumento elegido de la amplia colección de la que disponía Papi.


Mientras el travieso jovencito se iba quedando dormido, boca abajo naturalmente, después de muchos sollozos, Papi marcó el teléfono del entrenador mientras seguía acariciando el ardiente culito y los muslitos rojo granate con la otra mano, y recibió satisfecho la confirmación de que otro traviesillo acababa de recibir el mismo tratamiento y también tendría doble ración durante muchos días.

9 comentarios:

schboy dijo...

Hola me gusta los relatos de Chiquitín a ves que si porque los leo con atención y ya ves que disfruto, como amante del spanking......

Anónimo dijo...

Felicidades, un relato muy bueno y que me ha puesto a mí también, muy caliente. Hace poco tiempo que he descubierto los relatos de Chiquitín. Me da pena que este sea el último. Pero también me gustaría que Chiqui, como todo el mundo "creciera", dejase de ser tan "niño", y se convirtiese en un joven por supuesto, también necesitado de un severo Papi o educador.

Domsoft dijo...

Muchas gracias por todos los comentarios que dejas, schboy. Y estoy de acuerdo con este amigo anónimo, me apetece escribir otros relatos con algo menos de infantilización, aunque por supuesto con muuuuchos azotes :-)

Anónimo dijo...

Me ha gustado mucho. Es muy sexy. Como llevo mil años leyéndote puede decirte me encanta tu evolución. Te animo que continúes escribiendo historias tan deliciosas como estas. Un poco más explícitas que las antiguas, pero igualmente elegante. Yo también he terminado completamente . . . digamos . . . erizado.

Anónimo dijo...

Me encantan tus relatos!Hace poco que descubri a Chiquitin , pero me gustan esta clase de "infantilismo" en las historias. Las encuentro exitantes! Te felicito :)

Anónimo dijo...

Por favor sigue escribiendo historias mas seguido , le harias un favor a tus lectores !

Anónimo dijo...

Me encanta el blog. Me entusiasma eso de tener a un joven con el culete al aire en mis rodillas y ponerselo bien rojo. No me gusta el ambiente sado ni la dureza, pero si este tipo de spanking hogareño o domestico, de toda la vida. Enhorabuena Chiquitin por este lugar.

Plas plas Un saludo

Miguel

Anónimo dijo...

Contacta conmigo me encantaria
MIguel .
mikelonc@yahoo.es

Héctor dijo...

Siempre me pregunte, si aparte de sexo oral que los hijos les dan a sus papis, también los papis se follaran a sus hijos, también me imagino a chiquitín con una jaula de castidad bien pequeña y un tapón a tope mientras papi le da una zurra