jueves, 3 de octubre de 2013

Primos

  Mierda. Ya la he vuelto a liar. – exclamó José buscando desesperadamente por los bolsillos de su mochila. – La que me he ganado… Nano me va a desollar esta vez…
-          ¿Qué te pasa? ¿Qué te has olvidado esta vez? – preguntó Quique que se estaba vistiendo a su lado. José, aún en calzoncillos, volcó la mochila de modo frenético en el banquillo en que estaban sentados. El resto de los chicos en el vestuario – la mayoría aún a medio vestir – echaron una ojeada y luego siguieron cambiándose de ropa. El partido había acabado y tras las duchas todos tenían ganas de irse a tomar un refresco.
José removió todo y al no encontrar nada, se sentó con cara de desesperación y se mesó el corto cabello castaño.
-          Mierda – repitió – Nano me va a desollar vivo cuando le diga que he vuelto a perder las llaves. Me prometió la correa si me volvía a pasar… y eso fue el jueves pasado!...  
Quique movió la cabeza mientras se ponía el pantalón a su lado.
-          Mira – dijo – si quieres, dejamos lo de estar juntos esta tarde… aunque no creo que sea tan grave como dices. Tu primo te adora un montón. Seguro que se limita a regañarte.
-          Eso era antes- dijo José Luis pasándose la mano por el pelo, cortado a cepillo. Era un guapo muchacho, de unos 19 años, con los ojos castaños muy luminosos. Si no guapo, era de rasgos agradables y sonrisa fácil y estaba en camino ya de convertirse en un buen mozo.  – Pero cuando cumplí los 18 me dijo que ya estaba bien de portarme como un crío… - Miró a su amigo dudando antes de seguir - …. Ya … - dudó y bajó la voz - .. ya me ha dado tres azotainas en lo que va de año…
Quique le miró. José estaba muy ruborizado y bajó la cabeza. Allí, sentado en calzoncillos en el banco, parecía más joven de lo que era y realmente vulnerable. Quique le puso la mano en el hombro para consolarle.
-          Bah, le dijo – intentando quitar importancia a la cosa. Miró alrededor. Aunque la mayoría de los chicos estaban ya vestidos algunos acababan de llegar de la ducha y estaban secándose – Mira – susurró a José – está claro que Rubén y Adolfo han cobrado no hace mucho. Aún tienen el culo marcado. – Luego se frotó sus propias nalgas bajo el pantalón – y te aseguro que papá no escatima los azotes cuando cree que me los he merecido… y todos sobrevivimos con ello. A lo mejor, si voy contigo, Nano no te castiga de momento. ¿Te parece?
José levantó la cabeza, con una súbita esperanza… pero luego la bajó negando. Estaba seguro que en cuanto Nano se enterase le esperaba una buena tunda, hubiera o no testigos,  y no estaba seguro de querer que Quique le viera recibiendo una azotaina con el culo al aire en las rodillas de su primo, Dudó, pero finalmente asintió con la cabeza. Se levantó y empezó a recoger las cosas en la mochila.
Pronto estaban los dos vestidos y salieron a la calle. Quique no podía dejar de pensar en la posibilidad de ver a José recibiendo una azotaina. Con una media sonrisa se fijó en las correíllas de la mochila que, al avanzar su amigo, iban golpeando rítmicamente las nalgas redondeadas y opulentas del muchacho. Tres tundas en un año Desde que cumplió los 18 – tenía dos meses más que José – él había estado más de diez – incluso más de quince – veces en las rodillas de su padre. Meneó la cabeza y se mordió los labios, deseando, en el fondo, que la escena tuviera lugar y que él estuviera presente en ella.
***********
El sonido del timbre le sorprendió. Fernando miró la hora extrañado. No esperaba a nadie y estaba a punto de acabar un proyecto que tenía que entregar sin falta al día siguiente. Dudó un momento pero luego se acercó al telefonillo.
-          Sí? – preguntó
-          Nano – dijo la voz de su primo – soy José
Fernando enarcó la ceja. Le extrañaba la visita.
-          Empuja – le respondió mientras apretaba la tecla de apertura.
Volvió a su cuarto y se puso un pantalón de chándal – le gustaba  estar en camisola o sudadera y calzoncillos cuando estaba sólo en casa – y fue a abrir la puerta. Esperó un momento mientras el ascensor subía los cuatro pisos. Por fin llegó y se abrió la puerta. Allí estaba su primo, José Luis, y un chaval que no conocía, delgado, moreno de pelo y piel y con unos ojos negros muy profundos. Venían los dos con el chándal puesto por lo que supuso que venían de algún partido del Instituto.
Dio dos besos a su primo en la mejilla y la mano al otro chaval al que José presentó con un sucinto – Este es Quique. – Fernando sabía que era el mejor amigo de José por lo que lo volvió a mirar. El chaval le gustó. Como su primo, no era especialmente guapo pero tenía una sonrisa simpática y unos ojos chispeantes.
-          ¿Qué hacéis aquí? – preguntó – cuando hablamos anoche me dijiste que ibais a estar estudiando toda la tarde.
-          Sí – respondió José con la voz dudosa - ¿Nos das un vaso de coca? Ahora te cuento…
-          Sí, claro. Dejad ahí las bolsas y pasad. Ahora os lo traigo.
Quique entró con curiosidad en el apartamento. Era un pequeño estudio con dos habitaciones, una gran terraza y una pequeña cocina en un rincón. La habitación donde entraron hacía las veces de salón y estudio, con la televisión, una gran mesa de trabajo y el ordenador. A través de la puerta abierta se veía una habitación con una gran cama – con las sabanas revueltas – y un ventanal desde el que se veía el mar.
Fernando volvió con tres vasos de Coca Cola. Dio uno a cada uno de los chicos y se sentó en su sillón de trabajo volviéndose hacia ellos.
-          No puedo estar mucho con vosotros. Tengo que acabar un trabajo urgente. A ver, decidme que pasa.
-          El caso es – empezó José tras tomar un trago. Se calló y miró hacia Quique primero y luego hacia el balcón como buscando inspiración.
-          Joseeeeeee – dijo Fernando con una voz profunda – Dime lo que pasa.
-          Queheperdidolallavedecasa – dijo muy bajo y muy rápido el muchacho.
-          Qué?? – preguntó Fernando
-          Qué – Qué  - tartamudeó José – qué he perdido la llave de casa y necesito que me dejes la tuya.
Quique podía mascar la tensión con la que Fernando, sin responder, miró a su primo. Se volvió y dejó el vaso que tenía en la mano en la mesa. Luego, muy lentamente, se volvió hacia su primo y le miró. Era un mocetón de unos 25 años, muy parecido a José pero con un cuerpo formado, de hombre atractivo y atlético, acostumbrado a la vida al aire libre. Tenía la mandibula cuadrada de tenerla apretada para contenerse.
-          José – dijo con la misma voz profunda que había usado antes – Te avisé. Sabes que no te puedo dejar mi llave porque la perdiste y papá aún no me ha dado copia. De modo que tendrás que esperar a que vuelva el domingo para poder entrar a casa. Menos mal que es viernes y mañana no tienes clase.
-          Pero el padre de Quique va a ir a buscarle a las 9 a casa! – murmuró José revolviéndose en el asiento. Tenía la mirada del cachorro maltratado que Fernando tanto conocía. El chico siempre se había salido con la suya pero ya era hora de ponerse serio con él y que aprendiera que sus actos tenían consecuencias.
Fernando se volvió hacia el otro muchacho.
-          Quique, perdona que te lo pregunte así. ¿Pero no te puede recoger antes o no puedes irte a casa de otra forma?
-          No – respondió el aludido – Tiene trabajo toda la tarde y ahora no hay autobús para ir a casa.
-          ¿Puedes llamarle y decirle que hay cambio de planes para que te venga a recoger aquí?
-          Sí. Creo que sí. – Fernando le indicó el teléfono y Quique hizo una llamada rápida. Tras consultar con Fernando la dirección exacta se la dio a su padre, quedando que le recogía allí y colgó.
-          Bueno – dijo Fernando. – Tienes deberes que hacer, por lo que me imagino que lo mejor es que te pongas con ellos mientras yo acabo el trabajo… ya me queda poco afortunadamente…. – se volvió a su primo que permanecía inmóvil con la cabeza baja en su sillón – en cuanto a ti – José levantó la mirada con sus ojos humedecidos de cachorro inmaduro. Fernando se acercó a él y le cogió de la oreja haciéndole levantarse – De momento vas a estar un buen rato con la nariz en el rincón que ya conoces – le sacudió mientras lo decía – y en cuanto acabe vamos a tener una charla.
-          Por favooooooooor primo – dijo José – Está Quique delaaaaaannnnnttteeeeeee – parecía que balaba como una oveja llevada al matadero.
-          Eso está bien – dijo Fernando muy serio – Seguro que eso reforzará el mensaje de la tunda que te voy a dar y te lo pienses dos veces antes de repetir tus “gracias”… Siento el espectáculo que se va a llevar Quique – hizo un gesto al muchacho – pero estoy seguro que te va a hacer bien que te castigue delante de él y que tu amigo sepa que te castigo por descuidado… Vamos – acabó con una palmada en las nalgas redondeadas del muchacho – quítate la sudadera y al rincón.
José obedeció, quitándose la sudadera, dejándola en el sillón con cuidado – alguna vez se había llevado un par de azotes por maltratar la ropa - y pasando luego al rincón que ya conocía por experiencias anteriores. Allí se puso de cara a la pared, sorbiéndose los mocos y los lagrimones, seguro de que su primo no iba a dejar de cumplir la amenaza que le había hecho. Quique permanecía en su sillón con los ojos muy abiertos sin perder detalle de la escena. Su compañero había levantado los brazos a la nuca y su estrecha cintura hacía destacar su trasero que pronto iba – Quique estaba seguro – a estar muy caliente y coloradito.
Fernando se volvió a él con una media sonrisa.
-          Lo siento chaval – le dijo – No me gusta que el primer día que vienes a casa te encuentres con este espectáculo, pero José Luis se lo ha buscado. Ya le avisé la última vez y parece que no aprende. Estoy seguro de que una buena tunda le va a hacer recapacitar para el futuro… - Quique asintió, volviendo la mirada hacia su compañero. Sabía por propia experiencia la eficacia de la azotaina para recordar las normas.
-          Peroooo – dijo José Luis desde el rincón – Ya teenngooo diecinueve años….
Fernando se acercó en un momento y sonaron dos azotazos sobre el pantalón del chándal.
-          Te faltan aún cuatro meses para los diecinueve – dijo enfadado – y de todos modos, sabes que si no te portas como es debido, vas a pasar muchos ratos con el culo ardiendo hasta que aprendas. Te lo avisé cuando cumpliste los 18 y no has querido creerme… Sigue así y probarás la correa antes de lo que te imaginas…
-          NO, PRIMO, POR FAVOR… CON LA CORREA NO….- gritó casi José Luis llevándose las manos al trasero como para protegerlo de la amenaza.  Fernando le apartó las manos y un nuevo azotazo atronó el salón.
-          Ya hablaremos. Ahora pon la nariz en la pared y cállate que tengo que acabar el trabajo. – se volvió de nuevo a Quique – Si quieres algún libro o cómic, tienes ahí la librería…
-          Gracias, señor, tengo que hacer unos deberes…
-          Vale. Ven si quieres a la mesa, pero no me llames señor. Mi nombre es Fernando, Nano para los amigos – tenía una bonita sonrisa – y espero que lo seamos tú y yo.
Quique sonrió a la vez y se puso al lado de Nano, que trabajaba en el ordenador marcando las teclas con gran actividad. El silencio se extendió en la habitación solo interrumpido por el sonido de las teclas y el rasgar de la pluma de Quique. Éste no podía dejar de observar a su compañero, que estaba justo en el rincón frente al que él estaba sentado, en un rincón de la sala. Fernando en cambio, se concentró en su ordenador y sólo paró un momento para poner una música suave en el reproductor de discos, dedicándose luego de lleno a su trabajo.
Pasaron quince minutos y finalmente Fernando, con un repiqueteo de teclas, dio a Guardar y, con un suspiro, bajó la tapa del portátil en el que escribía. Quique se puso en tensión mientras Fernando se estiraba las manos y hacía crujir los dedos. José, en su rincón – observó Quique – también pareció ponerse en tensión sabiendo que había llegado el momento…
Fernando se levantó de la silla y se estiró con un movimiento casi felino, alargando los brazos hacia arriba y luego cruzándolos hacia atrás. Se volvió hacia José Luis
-          Bueno peque – dijo – ha llegado la hora…
-          Por favor, primo…- gimoteó José
-          Ni primo ni nada. Haber pensado antes en tener cuidado. Vamos, coge la silla y ven aquí.
José bajó la cabeza y fue a coger una silla sin brazos de las que había detrás de la puerta. Quique no pudo menos que sentir compasión por su amigo, aunque al mismo tiempo deseaba ver todo el espectáculo. Demasiadas veces le habían visto a él castigado sus hermanos pequeños, pero la primera vez que podía asistir a la azotaina de otro, y que ese otro fuera José sólo añadía interés a la escena.
Fernando cogió la silla de manos de José, la abrió y se sentó en ella. José se puso a su lado, sin atreverse a mirar a Quique que observaba la escena desde un lado. Fernando entonces alargó las manos y sujetó la cintura del chándal – José Luis hizo un último intento –
-          Por favor, primo, no con el culo al aire.
-          Te lo avisé hace tiempo, peque – dijo Fernando. – Y si no sabes obedecer y tener cuidado no tienes derecho a pedir que te tenga consideración.  –
Con decisión Nano cogió el elástico del pantalón y lo bajó hasta las rodillas junto con los shorts que José llevaba debajo, dejando al descubierto los bien torneados muslos de su primo. La camiseta roja sólo dejaba ver la zona inferior del calzoncillo a rayas verde y blanco. Entonces puso la mano en la espalda del muchacho y lo hizo doblarse en su regazo. Moviendo las piernas con habilidad hizo que el muchacho levantase las suyas quedando con el culo en pompa y bien al alcance de su mano.
Nano se detuvo un momento. Para conservar el equilibrio, José se agarró con un brazo a la pierna de su primo y con el otro a la pata de la silla. Con la mano retiró hacia arriba la camiseta dejando a la vista la parte inferior de la espalda de José y el trasero cubierto por el calzoncillo. Quique no pudo evitar tragar saliva cuando vio como los dedos de Nano entraban en el elástico de los calzoncillos y de un empujón lo arrollaban en los muslos de su amigo dejando su trasero al descubierto.  No era la primera vez que veía a su amigo en cueros, pero era muy distinto verse en el vestuario o en las duchas, o incluso en la playa cuando se habían bañado en pelotas que verle ahora tendido sobre las rodillas de su primo preparado para recibir una azotaina. Se veía perfectamente la marca del bañador en la palidez de las nalgas frente al cuerpo bronceado.
Nano no dudó un instante. Levantó la mano y aplicó una buena ráfaga de azotes al culo. Azotaba con ritmo, ora una nalga ora otra, ora las dos a la vez, procurando espaciar los mismos y que José notase el picor que cada uno de los azotazos dejaba sobre sus nalgas. El muchacho sollozaba y pataleaba sintiendo arder su trasero, pero nada impedía que Fernando aplicase un azote tras otro en las firmes nalgas de su primo.
-          Perdóooooonnnnnn – decía José – No lo volveré a haceeeeeerrrr…. Ay ay ay ay…. Perdooooooonnnaaaameeee…
-          Sabes – respondía Fernando puntuando cada palabra con un azote – que – te – lo – había – avisado – pero – está claro – que – no – quieres – aprender – por – las – buenas – y – te – prometo – que – como – que – me – llamo – Fernando – que – vas – a – aprender – a – tener – cuidado – de – las – cosas…
La azotaina duró cinco largos minutos, y el trasero de José adquirió un fuerte color sonrosado que destacaba sobre las partes que aún quedaban pálidas. Quique observaba paralizado el castigo. Con un fuerte azote final, Fernando se detuvo y, poniendo la mano sobre las ardientes nalgas de su primo, le dijo:
-          Te prometí que si te tenía que volver a castigar este mes te ibas a llevar una docena de azotes con el cepillo. ¿Te acuerdas?
-          Noooooooooooooooo – gimoteó José Luis – Por favor primooooooo… no con el cepillo, con el cepillo noooooo.
-          Vamos – le ordenó Fernando haciéndole levantarse – Ya sabes donde está. Ves a por él y traémelo aquí.
José se levantó e instintivamente se frotó las nalgas con las dos manos para quitar en parte el fuego que sentía en su trasero. Tenía los ojos llenos de lagrimas y el calzoncillo le bordeaba las nalgas cubriéndole no obstante el pubis.
-          Por favor, Nano, por favor…..
-          Sabes que te lo había prometido – respondió su primo con voz severa. – Y si vuelvo a tener que castigarte, no serán doce sino veinticuatro los azotes con el cepillo. – le dio un azote en el muslo – Vamos. Traemelo que como tardes más te subo a dieciocho.
Trastabillando, con los pantalones enrollados en las piernas y el culo rojo al aire, José se acercó a la estantería de la televisión. Se inclinó hacia delante para abrir el cajón inferior mostrando el culo totalmente rojo a su primo y a Quique y sacó del cajón un cepillo de baño con el dorso de madera. Volvió a cerrar el cajón y se irguió con lo que la camiseta roja le cubrió la parte superior de las nalgas. Se dirigió trastabillando hasta su primo y le alargó el cepillo al tiempo que decía:
-          Primo, por favor… perdóname esta vez y te prometo que no volverá a pasar..
Su primo le miró fijamente mientras cogía el cepillo.
-          Eso me prometiste la última vez y mira como has acabado. Vamos. Ven aquí de nuevo
Le cogió del brazo y le puso a su derecha haciéndole doblarse de nuevo sobre su regazo. Depositó el cepillo en las nalgas de José mientras volvía a subir la camiseta dejándole la parte inferior de la espalda al aire y bajó el calzoncillo hasta dejar la parte superior de los muslos al aire.
-          Por favor, primo. Por favor – no dejaba de decir José Luis, pero Fernando levantó el cepillo en el aire y con un enérgico movimiento, le dio dos azotes – uno en cada nalga.
-          Auuuuuuhhhhhhhhhhhhhh- exclamó José sintiendo el culo como una llama
Dos nuevos azotes cayeron, esta vez en la parte exterior de ambas nalgas y de nuevo una parada. José se agitaba pero Fernando le cogió el brazo retorciéndoselo en la espalda y usándolo como ancla para tenerlo sujeto y firme en su regazo.
Siguió con el castigo alternando las nalgas con otros dos azotes, pero entonces cambió y dirigió los siguiente dos azotes a la zona de unión de nalgas y muslos, lo que hizo que José aullara de dolor y se agitara como un loco
-          No, no, no por favor por favor por favor.
-          Estate quieto o te daré seis más – le dijo su primo dispuesto a llevar el castigo hasta el final. Así lo había hecho su padre con él y así estaba dispuesto a hacerlo con su primo menor al que quería como un hermano.
-          No, no … Nano, por favor, ocho más no…. Ya … ya aguanto….
Se tensó mientras Nano repetía los dos azotes en la misma zona. Una nueva parada y finalmente Fernando le dio los dos azotes finales procurando cubrir ambas nalgas a la vez con cada uno. Se paró y José Luis se quedó sollozando, con el cuerpo relajado en el regazo de su primo y totalmente rendido.
Fernando le dejó un momento en esa posición. Dejó el cepillo en el suelo y con la mano en la espalda de José, le acarició la cabeza metiendo los dedos entre el cabello corto y espeso del muchacho.
-          Ya, peque. Ya – le dijo con voz suave – ya se ha pasado. A ver si no tengo que volver a castigarte en una temporada –
 Le levantó y se puso de pie a su lado, abrazándole. José Luis se apretaba el trasero con una mano mientras sollozaba con el rostro hundido en el pecho de su primo. Nano sentía la camiseta humedecerse con las lágrimas del muchacho y le apretó acariciándole de nuevo los cabellos como cuando era niño.
-          Venga – le dijo – ya ha pasado. Ahora ponte un rato en el rincón mientras acabo de revisar mi trabajo y luego te lavas la cara y nos iremos a tomar algo los tres, ¿Vale?
Quique no podía menos de sentir envidia de José Luis. Cuando le castigaba su padre se limitaba a tirarle de sus rodillas o dejarle tendido en la cama. En cierta forma deseo que fuera Nano el que le castigase la vez siguiente que lo mereciera.
Fernando levantó la cara de José Luis poniéndole los dedos bajo la barbilla y le dio un beso en la frente.
-          Vamos. – dijo – al rincón – y dio un cachete suave al muchacho que soltó un gemido y obedeció.
Fernando se volvió entonces a Quique y le hizo una mueca con una media sonrisa como disculpándose del castigo que había tenido que dar a su amigo. Fue a coger el cepillo pero Quique se adelantó, cogiendo también la silla y poniéndola en su sitio. Fernando sonrió y al pasar le dio un medio cachete en la nalga.
-          Buen chico – dijo, y se sentó para acabar su tarea. Quique aprovechó para echar una buena ojeada al trasero enrojecido de su amigo. Como tenía los brazos en la nuca, la camiseta estaba levantada dejando ver los dos redondeados carrillos. Silbó sin sonido. Había sido una buena azotaina.
Quince minutos después, Fernando volvía a cerrar el ordenador y se volvía a su primo y su amigo,
-          Súbete esos estúpidos calzoncillos – dijo – y vamos a tomar unas tortitas... con tanto ejercicio, tengo un hambre atroz!!!

1 comentario:

isma dijo...

Genial, sin duda el mundo funcionaría mejor si situaciones como en el relato fuesen reales, aunque... me dá a mí que algo hay por ahí ( sonrisa )