Por fin he hecho caso de todas las peticiones que he tenido durante años, y que agradezco muchísimo, y he vuelto a escribir un relato de Chiquitín. Antes de nada, siento no haber escrito más durante todo este tiempo tan largo, sobre todo porque al hacerlo hoy me he dado cuenta de que lo único que cuesta es ponerse. Había pensado dejar a Chiquitín y contar otras historias, pero me he dejado llevar por la comodidad de los personajes y situaciones que ya resultan conocidos.
Bueno, esta es la historia; si os gusta, habrá segunda parte. Antes de subirla a Malespank, os agradezco si me comunicáis cualquier errata que veais. Aquí es muy fácil hacer modificaciones, pero en Malespank es bastante rollo.
Las aventuras de Chiquitín: Ración doble
Ya pasaban cinco minutos de la hora de salir y los que quedaban en la oficina se apuraban para recoger sus cosas. Entre el ir y venir de compañeros, Papi permanecía sentado con expresión de impaciencia.
“¿Qué pasa, no te vas todavía?”
“Tengo que recoger a mi chico, que todavía no se ha pasado por aquí. Debería haberme avisado si va a salir tarde”
“El jefe lo habrá liado en algún asunto”
“Aún así, sabe que me tiene que llamar. Me parece que un jovencito se va a ir a casa con el culo caliente”
“No pienses mal, hombre, seguro que Chiquitín se ha retrasado por cualquier cosa y que ahora mismo te llama”
Como si el teléfono de Papi estuviera oyendo la conversación, sonó en ese mismo momento.
“¿Qué te decía? Ahí lo tienes. Venga, hasta mañana”
“¡Hasta mañana!” Papi descolgó el teléfono. “¿Diga?”
No era Chiquitín quien hablaba sino don Daniel, el jefe.
“Soy don Daniel. Disculpe, Chiquitín me dice que le estará usted esperando; él no puede llamarle porque le tengo castigado”
El ceño de Papi se ensombreció y su tono se volvió más duro.
“¿Castigado? .... Ya me imaginaba yo que había hecho una de las suyas; espero que no sea nada grave”
“No, no se preocupe, se ha despistado y se ha retrasado en darme un recado, así que he tenido que corregirle. Lo tengo aquí de cara a la pared en mi despacho. Venga si quiere porque el tiempo de castigo se va a cumplir ya”
Papi se dirigió al despacho del jefe y llamó a la puerta. Cuando don Daniel le permitió el paso, se encontró con la escena que se había imaginado. Chiquitín y Pablito, los dos secretarios personales del jefe, se encontraban de cara a la pared, con las manos en la nuca y desnudos de cintura para abajo. Las nalgas y la parte superior de los muslos de los dos chicos tenían un color rojo brillante, y una regla de madera que reposaba sobre la mesa del jefe daba más pistas con respecto al castigo que había tenido lugar.
Al entrar Papi, Chiquitín giró muy tímidamente la cabeza, lo justo para comprobar que era su papá el que acababa de llegar, y avergonzado la inclinó todavía más hacia el suelo. A Papi le enterneció un poco esta muestra de vergüenza y de consciencia de haberse portado mal.
“Buenas tardes, don Daniel. Siento que Chiquitín haya sido travieso”
“Bueno, ha tenido un despiste. Estos dos jovencitos se han puesto de charla entre ellos aprovechando mi ausencia, y luego se han olvidado de avisarme de que había un par de llamadas que tenía que hacer. Así que se han llevado una buena azotaina los dos y han probado la regla. ¿Habéis aprendido la lección, chicos?”
“Sí, jefe”. Los dos jóvenes contestaron casi al mismo tiempo en un susurro apenas perceptible.
“No os oigo; a lo mejor es que no estais muy seguros de la respuesta y necesitais unos azotes más para estarlo”.
“Sí, jefe”. Esta vez los chicos se aclararon la voz y la respuesta fue más audible.
El jefe se levantó de la silla y se dirigió hacia donde estaba Chiquitín. Observó con atención su trasero enrojecido y lo palpó con calma como para asegurarse de que había hecho un buen trabajo.
“Vale, creo que vas a ser bueno. Puedes bajar las manos de la nuca” Acompañó las palabras de un par de palmadas cariñosas.
A continuación dirigió la vista hacia el otro muchacho, que también había bajado las manos y se acariciaba el culito, seguramente aún algo escocido.
“¿A ti te he dicho algo de que podías moverte, jovencito? Creo que te estás tomando muchas libertades”
“Yo ... perdón, jefe. Creía que ....¡Auh!....¡Aaaauh!”
Dos sonoros azotes se estamparon en las redondas nalgas del muchacho.
A Papi le excitó la escena y alabó el buen gusto del jefe a la hora de elegir a su otro ayudante, un jovencito que era tan guapo de cara como por detrás. En realidad ambicionaba que un día le ascendieran, no sólo por el mayor prestigio y salario del nuevo cargo, sino por lo que aquello significaba en esa empresa: un secretario particular, dos en caso de un jefe de mayor rango como don Daniel, que le debería sumisión y obediencia y al que podría castigar cuando lo viera conveniente.
“¿Ya tienes claro cuando hablo contigo y cuando no, Pablito?” El jefe seguía ocupado en enseñar a su otro ayudante a comportarse.
“Sí, don Daniel. Perdón”
“De acuerdo. Entonces ahora sí, puedes bajar las manos y subirte los pantalones”
Chiquitín había sido más prudente que su compañero y se había limitado a bajar las manos y a frotarse el culito, pero sin saber si podía o no vestirse. Intentaba evitar la mirada que Papi le estaba casi clavando.
“Tu también, Chiquitín. Puedes irte con tu papá”
El jovencito empezó a subirse los pantalones sin atreverse a levantar la mirada hacia su papá, cuya expresión severa no tardó en captar el jefe. Creyó conveniente llevárselo a un aparte y hablar con él en voz baja.
“Chiquitín necesitaba una lección, pero ha sido castigado ya. No sea severo con él; por lo general estoy muy contento con su trabajo. Es joven y se equivoca a veces, eso es todo”
“Me alegro mucho de oírlo, jefe. Espero que en ningún momento se muestre respondón o desafiante; si le pasa algo así, sólo tiene que decírmelo y le aseguro que no se repetirá”
“No se preocupe; si ocurriera algo de ese estilo, puede estar seguro de que yo mismo le zurraría de lo lindo, pero desde luego también le informaría a usted a continuación, no olvido que es usted su padre. Lo de hoy ha sido una travesurilla; había que castigarle, desde luego, pero creo que ya está zanjado, no hace falta que sea duro con él”
“De acuerdo, es usted muy amable; de todas formas creo que unos cuantos cachetes en el culo al llegar a casa no le vendrán mal como refuerzo. Pero no se preocupe, no seré muy severo”
“Me parece bien. Hasta mañana”
Los dos hombres sonrieron y el jefe se despidió de Papi con una palmada cordial en la espalda. Con expresión seria pero no tan dura como antes, Papi cogió a Chiquitín de la mano y salieron juntos de la oficina.
Cuando Papi estaba muy enfadado, apuraba el paso y estrujaba un poco la mano de Chiquitín; sin embargo, ahora su paso y la presión que ejercía sobre la mano de su nene era normal. Sin embargo, papá e hijo caminaban en un silencio que Chiquitín sabía que no debía romper. Durante el camino a casa no cesaba de preguntarse si le aguardaba un nuevo castigo: la vara, el cinturón, la pala y el cepillo se aparecían sucesivamente en su imaginación.
Como se imaginaba, una vez en casa Papi lo agarró de la oreja.
“Que sea la última vez que el jefe me tiene que llamar para que vaya a buscarte porque estás castigado. No te van a quedar ganas de hacer el vago en la oficina”
“Por favor, Papi, el jefe me ha castigado ya ....”
“¿Y encima me contestas? Pues vas a cobrar otra vez”
“Papi ....”
¿Así que todavía tenía algo que decir? Para callar de raíz las protestas, Papi de forma casi refleja le dio un cachete no muy fuerte en la mejilla, algo que no solía hacer y de lo que se arrepintió enseguida. Debido a lo ocurrido en ocasiones anteriores, Chiquitín interpretaba las bofetadas en la cara como preludio a una gran paliza. El miedo a la vara, el cepillo, el cinturón o seguramente una combinación de todos ellos, combinados con la convicción de que el castigo era excesivo para la travesura, desataron su rebeldía. Se zafó de las manos de Papi, que ya le estaban bajando el pantalón, e intentó echar a correr.
En los pocos segundos que tardó en atraparlo e inmovilizarlo agarrándolo fuerte, Papi se dio cuenta de que la bofetada había sido un error sin duda, pero que no podía tolerar que Chiquitín desobedeciera y se rebelara de esa forma, así que tendría que ser castigado de forma más severa que los pocos cachetes que había planeado al principio. La zurra no iba a ser del todo justa, pero sí necesaria.
No obstante, estaba surgiendo un inconveniente inesperado. Papi era un hombre alto, corpulento y muy fuerte, que siempre había podido levantar a Chiquitín en peso sin problemas, sentarlo en sus rodillas, jugar con él casi como si fuera un muñeco sin peso, y desde luego colocarlo sobre sus rodillas y zurrarle sin un gran esfuerzo. Pero en ese momento encontraba difícil sujetar a Chiquitín para que no se escapara. Estuvo a punto de caerse mientras se sentaba en el medio del sofá y colocaba al chico sobre su regazo. Y le costó dios y ayuda el bajarle el pantaloncito hasta los tobillos.
Por fin el joven se encontró inmovilizado, desnudo de cintura para abajo y con el culito, casi ya completamente blanco, ofrecido a su papá para una buena azotaina que no tardó en comenzar. Papi notó el trasero de Chiquitín más rollizo que en otras ocasiones, y también pudo palpar, al agarrarle con fuerza el costado con la otra mano, que el chico estaba echando tripilla. La redondez del culo, más que culito, del chico le excitó de forma considerable y le animó a azotarlo con más ganas.
Unos diez minutos más tarde, todo el trasero del muchacho, desde la cintura hasta la mitad de los muslos, se encontraba de un rojo intenso. Papi, cuya erección creció todavía más al cambiar los azotes por caricias, se ablandó ante los sollozos de su nene.
“¿Vas a ser buenecito y no te vas a escapar más de Papi?”
“Sí, Papi, no lo haré más”
El tono de Chiquitín, que estaba a punto de echarse a llorar, enterneció a Papi. Lo levantó y, sin subirle los pantalones, lo sentó sobre sus rodillas. Al hacerlo volvió a notar el aumento de peso del chico; durante los últimos tiempos, desde que había empezado a trabajar como secretario del jefe, Papi había descuidado la dieta. Las consecuencias de este exceso de raciones dobles en comida y cena le pesaban ahora sobre sus rodillas.
Mientras le acariciaba el culito caliente, Papi besó con pasión a Chiquitín. Contento de haber recibido sólo la mano y de que sus temores fueran infundados, el chico se ofreció a las caricias de su papá con una entrega que motivó a Papi para desnudarle también de cintura para arriba, quitarle los pantaloncitos que colgaban de sus tobillos, y llevárselo a la cama. Ahora ya no era sólo uno de los dos quien tenía una gigantesca erección.
Mientras el chico dormía la siesta plácidamente en brazos de su papá, éste le palpaba todo el cuerpo, incluyendo el culito todavía algo rojo y caliente, y se ratificaba en la conclusión que hasta entonces sólo había percibido de forma vaga: el cuerpo de Chiquitín estaba cambiando y ya no era el niño delgaducho que había adoptado tres años atrás. Y la verdad es que el cambio era para mejor, sobre todo por el culo, ahora todavía más redondo y azotable que antes.
A pesar de esta satisfacción, por la mente de Papi empezaron a pasar las ventajas de someter a Chiquitín por primera vez a una dieta: esconder el chocolate, que seguramente el muchacho buscaría afanosamente, hacerle comer platos light que motivarían protestas .... Toda una fuente de escenas de desobediencia a las que seguirían muchos, muchos azotes. Y ¿por qué no?, Chiquitín tendría que hacer deporte, para lo cual se le podría poner un entrenador personal, provisto de una gran pala como en las películas americanas de jóvenes deportistas inclinados para recibir sus azotes que tanto le gustaban a Papi. Con estas placenteras ensoñaciones, el papá de Chiquitín cayó también dormido en una agradable siesta con su chico en sus brazos.
4 comentarios:
Qué placer tener de vuelta a Chiquitín, me encantan sus aventuras. A ver si le coges el gusto y escribes unas cuantas más. :-)
Muy buena historia. Me gustó mucho este nuevo rol de chiquitín trabajando.
hola un buen relato como siempre, espero ansioso la segunda parte saludos
me encantaria ser chiquitin
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