- Hi chico, ¿Como te
va?, adelante y siéntate.
- Buenas tardes Sr
Norton, como sabe vengo por el puesto de mozo en la granja.
- Si, lo se, tu madre me
dijo que querías emprender el buen camino y trabajar duro.
- Si señor. Ya va siendo
hora que coopere en mi casa y más en estos tiempos tan malos que
pasamos por la Depresión.
- Bien, joven, aprecio en
serio a tu madre, la preciosa Mary Joe, ayy …¡Lástima que no me
eligiese a mí como esposo!. Luego tu apuesto padre le salió un poco
rana y se largó.
- Si señor, eso pasó,
por eso quizá esté necesitado de un hombre que me guíe, eso dice
Ma siemrpe “Una mano mas dura de un hombre es lo que necesitarías,
jovencito” No se casa de repetírmelo.
- Y si, tiene razón. En
esta granja se os trata con cariño y se os recompensa, pero también
llevo una férrea disciplina, como es debido.
No
tardé en descubrirlo. Las dos primeras semanas trabajé duro y quise
ganarme el afecto del capataz y del Sr Norton, pero mi voluntad
empezó a flaquear y un día me sorprendieron en horas de trabajo
fumando en el granero tumbado sobre el heno. Harry el capataz dio
parte al Sr. Norton que me llamó a su despacho.
-Y bien, jovencito, ¿Es
que no has aprendido a que se debe cumplir las obligaciones
laborales?, ¿Es que no te tratamos bien, damos buena comida y una
paga razonable…? Me has defraudado mucho. Acabo de hablar con tu
madre aprovechando que pasé cerca de tu casa y me ha recomendado que
utilice las disciplina necesaria para encarrilarte.
- Harry, déjanos solos
de momento que este muchacho y yo tenemos que tenar una larga charla.
- Y tú, ya puedes
quitarte los pantalones y los calzones y ponte a cuatro patas sobre
ese alargado taburete.
- Pero, pero…
- ¡Sin rechistar!
El
Sr. Norton emanaba una autoridad natural, que quizá yo en el fondo
anhelaba, así que automáticamente le obedecí. Estaba rojo hasta
las orejas, con todo mi trasero al aire y en esa posición,
imaginando que vería todas mis partes de joven machito sin recato.
Tenía sensaciones contradictorias, pues si bien me sentía humillado
tratado así como un mozalbete, sentía excitación ante la mirada
del apuesto Sr. Norton. Pronto mi polla comenzó a estar erecta,
disimulándose algo debido a mi postura en cuatro, erección que a su
vez me avergonzaba mas.
El
Sr Norton se acercó y en su tono campechano propio de un ganadero,
dijo mientras palpaba sin recato mis nalgas, separándolas como
comprobando el terreno: “Vaya vaya, que potrillo más saludable,
buenos cuartos traseros, buen ojete,. Acto seguido cogió mis
testículos en su mano como sopesándolos, notando sin duda la dureza
de mi polla, y siguió comentando: Si señor, muy sano, habrá que
enseñarle respeto y disciplina.
Acto
seguido me cogió del brazo y levantándome, me guió hasta una silla
en la que se sentó, procediendo a colocarme sobre su regazo. Al
estar de pie un momento pudo apreciar la enorme erección que ya
tenía en ese momento, y sonriendo socarronamente, con su mano la
coloco hacía arriba antes de colocarme sobre sus duros muslos en los
que había colocado una toallita que tenía a mano sobre su mesa. Por
lo visto estaba bien preparado para disciplinar traviesos sin sufrir
desagradables incidentes. Su manota comenzó a caer acompasadamente
en mis dos redondas nalgas una y otra vez. Me escocía de verdad y el
culo pronto me comenzó a arder y ponerse como un tomate maduro.
Sabía como zurrar el muy…… Tras más de diez penosos minutos, me
hizo levantar. Para entonces mi pene estaba a media asta, pues por lo
visto con el calor del culete, la sangre se había trasladado,
aunque aprecié algunas humedades en al toallita que él tenía en su
regazo. Colorado como un tomate, tomé de nuevo posición como me
ordenó en el taburete a cuatro patas, y me comunicó que aún
quedaba la tunda de cinturón, que consideraba necesaria para que no
olvidase la lección. Dicho esto, giré mi cabeza, y le vi
desabrocharse su enorme cinturón de vaquero, vi como lo doblaba y oí
como comprobaba contra su palma de la mano su consistencia,
Me
indicó que procediese a contar los azotes y dar las gracias tras los
mismos, so pena de repetir el correazo que no contase. Debía decir
“Uno, señor, gracias señor”. La tunda duró 30 correazos
interminables, de los cuales 5 fueron de propina por no dar las
gracias educadamente tras los mismos. Al finalizar el culo me echaba
chispas o esos sentía yo. Me dejó reincorporarme y sin pensarlo me
puse a dar saltitos por el despacho y a frotar las nalgas. Debía ser
gracioso verme así, saltando yo y mis huevos y también mi pene que
de nuevo se había puesto erecto. Tras un par de minutos, me ordenó
ir al rincón y esperar con las manos en al nuca a que me levantase
el castigo, y así reflexionar sobre mi actitud.
Esa
noche, en la soledad de mi aposento, he reconocer que por la enorme
excitación tuve que pajearme a lo bestia. Mi vida en la granja
ganadera siguió, no siendo este mi único castigo. Aprendí a ser
más dócil y trabajador, respetuoso de los mayores y a ser un hombre
de provecho
Joe
Lemond
Oklahoma
, mayo de 1930
(Foto: www.hotbottoms.com)
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