Espero que os guste este simpático relato, obra de un lector del blog e inspirado en el mundo de Chiquitín, lo cual encuentro muy halagador. Hará las delicias de todos los que les gusten las historias de colegiales y de reconocimientos médicos. Para los puristas, aviso de que hay un personaje femenino, aunque secundario, en la historia. El dibujo que he elegido para ilustrarla es del gran artista spanko Jonathan.
RECONOCIMIENTO EN EL COLEGIO
Llegó como cada trimestre el reconocimiento médico. El Dr. Melgar era muy meticuloso y velaba por nuestra salud, si bien creo yo que era bastante pícaro y se le notaba que le gustaba explorarnos y vaya de que manera.
Nada mas entrar a su consulta pude ver a mis dos compañeros Alberto y Gonzalo subidos sobre sus camillas, desnuditos, a 4 patas con los culos en pompa y el termómetro en su ano. Estaba algo colorados pues la enfermera Julia se movía por la consulta como si nada, y al pasar a su lado sonreía e incluso a Gonzalo le dio una palmada en el culete a modo de ánimo. Se les veía graciosos en esa postura, con los huevetes y la pilila colgando, todo ruborizados y con el termómetro incrustado. Bueno, gracioso, glup , pronto me tocaría a mí, pensé. Me senté en al silla y el doctor me realizó preguntas sobre mi estado de salud, alimentación, hábitos e incluso sobre si me masturbaba habitualmente y si me excitaba viendo a mis compañeros. Yo me ruboricé como un tomate. Estaba claro que me había pillado. El se sonrió e insistió. Tuve que reconocer que si, que a menudo, y también que si, que a veces me excitaba ver desnudos a los demás chicos, sobre todo cuando recibían una azotaina de algún profesor. Ay ay ay , replicó el doctor. Me mandó despojarme del pantalón, zapatillas y calzoncillo. Obedecí, pues no me quedaba otra. Con el culete al aire, y con la vista de mis dos compañeros en esa postura no pude disimular mi erección. Mi pilila estaba bastante tiesilla. El doctor, llamó a la enfermera Lucy y enseñándole mi estado de excitación y rubor, ambos rieron . Pensaba que eso era buena señal, pero no, no lo fue. El doctor le pidió a la enfermera Julia que le trajese el cepillo de pelo. Mal asunto pensé., dicho cepillo era famoso en el colegio, tanto el doctor como la enfermera lo usaban con frecuencia en lo que llamaban terapia de choque .
Pronto estuve en las rodillas del doctor, si bien antes y para acrecentar mi vergüenza me colocó la pilila que estaba tiesa de la forma adecuada para poder estar, confortable en la azotaina. Inicialmente fue la fuerte mano del doctor la que acompasadamente cayó sobre mi pobre culete, repartiendo bien los azotes en mis dos blancas nalgas hasta adquirir lo que él llamó un saludable color rojizo. Entonces paro un par de minutos en los que me habló sobre la importancia del autocontrol sobre uno mismo y el no abusar de “manualidades” y ocupar así la mente en algo instructivo. Menuda charleta. La simpática enfermera entonces le acercó el temible cepillote, que había curtido por lo visto varias generaciones de culetes de traviesos colegiales. Picaba de lo lindo, y era difícil aguantar en al postura exigida. Tuve que aspear a veces las piernas para evitar el escozor. Terminada la tunda me ordenó levantarme e instintivamente di unos brinquitos llevándome las manos al culo para sobármelo. El doctor tuvo al gentileza de dejarme hacerlo y debía ser divertido verme así viendo como mi pilila se movía con los saltitos mas aún cuando sin poder evitarlo quizá por el calor de la zona seguía algo tiesilla, bueno solo a medias.
El doctor pidió entonces a la enfermera Julia que me diese algo de crema fresca, y colocándome ella sobre su regazo, con su dulce mano me aplicó la crema a conciencia. Separaba mis nalgas y aprovechó para lubricarme el ano, dijo que para poner luego mejor el termómetro. Ni que decir tiene que seguía ruborizado hasta la orejas. Al acabar y con mi culito también bien rojo, me hizo desnudar del todo y me colocó en la tercera de las camillas como a mis compañeros, y separando mis cachetes introdujo el termómetro anal, indicándome esperar mi turno. El Dr. Melgar se acercó y tras comprobar que Gonzalo tenía una correcta temperatura, palpó su culete y su escroto, haciendo un gesto como de pensar, mmm buen potrillo, parece sano, y con una palmada en el culo le ordenó bajar de la camilla. Gonzalo bajo y se colocó delante del Doc, que se sentó en una silla delante de él. Agarró su pilila y le dijo que comprobaría su salud sexual. Manipuló sabiamente la picha de mi compañero poniéndola bien larga y gruesa.
Mandó entonces traer a la enfermera una escudilla pequeña metálica para las muestras, Julia la colocó esperando que el hábil trabajo del doctor diese sus frutos. Gonzalo estaba muy excitado y no tardo en surgir de su sana pilila un torrente blanco y cremoso, recogido por Julia de inmediato. Tras ello la enfermera con una toallita higiénica limpió el agradecido miembro de Gonzalo y con una palmada en el culo le mandó a vestirse. La misma operación se le realizó a Alberto, si bien en este caso el doctor indicó a Julia que fuese ella la que manipulase la pilila, pues sabían que Alberto era muy aficionado a las chicas y que eso le produciría mayor excitación lo cual beneficiaría la calidad y cantidad de la muestra. Ni que decir tiene que fue también muy efectiva y con las hábiles y dulces manos de Julia, Alberto se corrió como nunca. Cuando llegó mi turno y después de la consabida lectura de temperatura y sobeteo de los huevetes y del escroto, de separarme las nalgas para comprobar el tono de mi esfínter con su dedo, y exclamar que era un protrillo muy sano, el doctor procedió como con Gonzalo a extraerme la muestra ayudado por al experta Julia. Menuda corrida tuve, estaba como una moto y casi llenó la escudilla. Tras limpiarme con la toallita, Julia con la consabida palmada me envió también a vestirme.
Esa noche en la habitación aún excitado, desobedecí al doctor y me hice una pajilla recordándolo todo. Pero no se lo digáis al doctor ehhhh.
Traviesete (primo de Chiquitin )